Sandra con otros miembros del grupo provenientes de todo el mundo. Créditos: CAFOD
Sandra Iheanacho, una voluntaria de la Asociación Católica para el Desarrollo (CAFOD por sus siglas en inglés) de la diócesis de Westminster, viajó recientemente a Fátima, Portugal, para asistir a un campamento de sostenibilidad inspirado en Laudato Si’. Allí vio cómo Laudato Si’ era llevado a la vida y aquí habla de sus experiencias y de cómo cada comunidad puede involucrarse.
La semana del centenario de Nuestra Señora de Fátima finalmente había llegado. Estaba en camino para reunirme con mis compañeros voluntarios de CAFOD, «Climate Champions», para viajar juntos a Lisboa, Portugal. Mientras nos reuníamos en el aeropuerto de Gatwick, nos tomamos el tiempo de conversar durante el desayuno sobre nuestras expectativas, preocupaciones y temores. Nuestras preguntas iban desde «¿Cómo será la granja de Casa Velha?» hasta «¿Por qué se necesita un traje de baño?
Al llegar a Lisboa, fuimos recibidos por palmeras, cielos despejados y calor, pero pronto nos atrevimos a salir y fuimos azotados por el viento y la lluvia que rápidamente nos recordaron por qué estábamos aquí; para enfrentarnos a Laudato Si’.
Cuando finalmente llegamos a Casa Velha nos alegró descubrir que la semana abarcaría espiritualidad, vida en comunidad y, sobre todo, una peregrinación de 17 km a Fátima.
Comenzamos cada día en la granja con la Misa, que presentaba el tema del día. Por ejemplo, el segundo día, la primera lectura fue de los Hechos de los Apóstoles. Enfatizaba que en una comunidad todos tenemos diferentes roles que desempeñar para hacer el trabajo de Dios. Además, el Padre José profundizó en el libro del Génesis para enfatizar que sí, «el hombre fue hecho para dominar la tierra», pero que también «el hombre fue hecho para cuidar la tierra». Por lo tanto como comunidad debemos trabajar junto a toda la creación para permitir que nuestros hijos puedan prosperar en ella.
Sandra trabajando en la construcción de una tarima usando madera recuperada. Créditos: CAFOD
El tercer día, nuestra liturgia se relacionó estrechamente con el tema de la conversión ecológica. Centrándonos en el Evangelio de San Juan, pudimos reflexionar sobre el pasaje en el que María Magdalena había descubierto que Jesús ya no estaba en la tumba. Aunque Jesús había aparecido detrás de ella haciendo algunas preguntas, María Magdalena todavía no podía reconocer su voz. Fue sólo cuando Jesús la llamó por su nombre: ‘María’, que ella experimentó su conversión.
Después de esto, cada uno de nosotros salió para encontrar un elemento de la naturaleza que simbolizara nuestra conversión. Para mí, elegí una semilla. Significaba un nuevo comienzo que florecería y daría frutos para los miembros de mi comunidad.
También pudimos participar en una actividad de «comida para pensar» en el almuerzo. Nos dividimos en tres equipos y trabajamos juntos para calificar nuestra comida según su eficiencia energética, su impacto medioambiental y su valor nutricional y social. A través de esta actividad, pudimos analizar críticamente la línea de suministro, y obtener un conocimiento más detallado de los alimentos que comemos.
Para solidificar nuestra fuerza como comunidad, ideamos un acuerdo. Este «tratado» de Casa Velha se centró en diversos aspectos, como la lucha contra la injusticia, el trabajo con los jóvenes, la conversión ecológica, la fundación de una comunidad y más. Al firmar el acuerdo quedó claro que, a pesar de nuestras diferencias, podíamos trabajar juntos por el bien común.
Eran las 8 de la mañana del cuarto día y había llegado el momento de iniciar nuestra peregrinación de 17 km a Fátima. Al partir, se nos unieron 200 personas más, cada una con diferentes historias que contar. Un hombre nos contó que su tía abuela había vivido el milagro de Fátima en 1917, y que ahora era el momento de seguir sus pasos.
Sandra durante la vigilia en Fátima. Créditos: CAFOD
En el kilómetro 12 mi peregrinación se había vuelto más difícil; me había torcido el tobillo. Sin embargo, lo que me animaba era el amor y el apoyo de mi familia de Casa Velha. No sólo me sostuvieron la mochila para reducir la carga, me esperaron cuando necesitaba un descanso, sino que incluso me consolaron al experimentar diferentes emociones; el signo de una verdadera y amorosa comunidad.
Cuando llegamos al centro de Fátima, nos sorprendió ver y oír la emoción de cientos de miles de personas de todo el mundo. Como nosotros, ellos habían viajado para dar la bienvenida al Papa Francisco e impulsar Laudato Si’. Pero sobre todo, lo increíble fue la forma en que el Papa ordenó silencio durante la vigilia y las miles de luces que iluminaron Fátima.
Descarga una oración de CAFOD, escrita por uno de nuestros voluntarios
Había llegado el momento de dejar Fátima y volver a Casa Velha para despedirnos. En el viaje de vuelta en autobús, era evidente que cada persona estaba absorta en sus pensamientos, reflexionando sobre todo lo que había ocurrido a lo largo de la semana. En mi caso, me concentré en cómo la espiritualidad y la proactividad podían lograr tanto en un corto espacio de tiempo. Además, comencé a pensar en lo que haría cuando volviera al Reino Unido: realizaría talleres con jóvenes sobre vida sostenible y reducción de bienes materiales.
Al llegar a Casa Velha, formamos un círculo donde cada persona pronunciaba una palabra que podía resumir su experiencia. Las palabras iban desde «amor» a «agotamiento», e incluso «sacrificio». Pero para mí, la palabra era «familia». A pesar de no conocernos de antemano, trabajabamos juntos por el bien de Casa Velha y del medio ambiente.